miércoles, 22 de octubre de 2008

J y B

J estaba enclaustrado en un pequeño almacén metálico, rodeado de todo tipo de enseres para la industria: refacciones, metales, cartones. Eran cuatro paredes sofocantes en donde había pequeños mosquitos que anidaban en escondrijos bien planificados; alguna que otra vez salía alguno de ellos, silencioso y acechante, en busca de un poco de sangre; j sentía el momento en que el mosquito se paraba en la piel de su codo, era su lugar favorito, y desde ahí comenzaba a succionar la sangre, era una sensación dolorosa y desesperante. El almacen tenía un escritorio bastante desordenado, atiborrado de papeles innecesario, plumas echas pedazos, pedazos de cinta adesiva y alguna que otra escoria más de oficinista. En el escritorio había una vieja y polvorienta computadora en donde j se dedicaba todo el día a ver noticias del mundo o a escribir cartas a personas anónimas; también de vez en cuando la usaba para ver pornografía. Este almacen que les presento parecía más una cueva que un lugar de trabajo, desde fuera la gente de la oficina miraba con cierta repugnancia o también con cierta curiosidad, lo único que podía alcanzar a ver era el rostro de J desde la penumbra de su cueva que era iluminada por una luz débil y blanquecina. Y así trascurría la eternidad en el mundo de J hasta las 5 de la tarde, pero nada cambiaba en realidad. Cuando terminaba su jornada salía de su cueva para dirigirse a otra que llamaba su hogar.
Para B todo era distinto, ella no tenía una cueva, más bien era un pequeño cubículo en donde tenía su escritorio, organizado y limpio, lleno de curiosidades y recuerdos que hacía que ese pequeño cubo resultara ser un lugar familiar. B era una persona que buscaba el arte y la belleza en cada detalle, de esa manera colocó varias pinturas en las paredes de su cubículo, la mayoría eran de paisajes lejanos y pinturas abastractas las cuales le permitían escaparse por unos minutos de esa realidad. Se trabajo consistía en ver un monitor de computadora casi todo el día, arreglar bases de datos, organizarlas, contactarse con sus compañeros de trabajo a través de la línea de la empresa; y de vez en cuando hablar con su jefa la cual aparecía en una imagen, ella estaba en Brasil, B estaba en México. Algunas veces pasaban algunos compañeros y saludaban a B, aunque le decía "Hola C"; siempre confundían su nombre lo cual para ella era algo molesto, pero trataba que no le molestara en realidad. De esta manera, poco a poco, se fue alejando de la realidad empresarial que le rodeaba, y en los momentos de calma y sosiego en los que podía hacer cualquier cosa como observar las pinturas que le rodeaban, a veces encontraba que estaba atada a la computadora, esperando alguna carta personal o viendo que clase de curiosidades atraían su atención por el momento. Y así transcurría la eternidad en la vida de B, hasta las 5:30 que era la hora que que salía de ese gran conglomerado transnacional hacia una gran avenida y esperaba el camión de trabajadores la llevara hacia su otra cueva.

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